Época:
Inicio: Año 1 A. C.
Fin: Año 1 D.C.

Antecedente:
HISTORIA DE NUEVO MÉXICO



Comentario

CANTO VEYNTE Y SIETE
Como salio el exercito para el Peñol de Acoma, y de las cosas que fueron sucediendo, y rebato que dieron en el pueblo de San Iuan

Qvando con buena y presta diligencia,

La braueça del cancerr no se ataja,

No es possible que el misero paciente,

Escape con la vida, porque es cierto,

Que la aya de rendir a tal dolencia,

Y si la atrozidad de los delictos,

Iusticia con rigor no los reprime,

Tambien es impossible que gozemos,

De la gustosa paz en que biuimos,

Desto dechado grande nos han dado

Aquellos brauos baruaros de Arauco,

Pues por no mas de auerles dilatado,

El deuido castigo à tales culpas,

Sincuenta largos años son passados,

Que en efusion de sangre Castellana,

Sus omicidas armas no se han visto,

Enjutas, ni cansadas, de verterla,

Temiendo pues aquesto dando alarma,

El brauo General mandò tocasen,

Los gallardos clarines lebantados,

De los valientes soplos impelidos,

De los trompetas diestros que en coloquios,

Respondiendo a los pinos y cajas,

La fuerça de las armas encendian,

Y a los valientes pechos prouocauan,

Al rigor de los braços y los golpes,

Que en la cruenta batalla se executan,

Turbaronse con esto las prouincias,

De las quales salieron con presteza,

A dar auiso todas las espias,

Pidiendo à los amigos socorriessen,

Y contra España juntos conjurasen,

A fuego y sangre, guerra, y la rompiessen,

Con cuia fuerça luego fue creciendo,

En toda la libiana y moça gente,

Vn animo y corage desmedido,

De baruara braueza desgarrada,

Los nuestros viendo aquesto se cubrieron,

De fino azero, limpio, y anta doble,

Y dentro de las mallas sacudieron,

Los poderosos tercios y colgaron,

De los valientes hombros las adargas,

Las lanças empuñaron de dos hierros,

Las medias lunas otros aprestaron,

Y de los cauallos brauos animosos,

Las bridas y ginetas compusieron,

Los bastos, los estribos, los aziones,

Los fustes, las coraças, los pretales,

Los frenos, con las riendas y, azicates,

Los pechos, las hijadas, las testeras,

Y de los gruessos crudos correones,

Recorren y refuerçan las heuillas,

Ciernen el poluorin y al Sol le ponen,

Y otros al serpentin la cuerda ajustan,

Aprestan las mochilas y, las balas,

Y en fin no dexan cosa que les pueda,

Hazer alguna falta, o quiebra, puestos,

En la dificil prueua y estacada.

Y porque sin buen orden el soldado,

No es mas que bruto cuerpo sin el alma,

El noble General les fue diziendo,

Que sin passion tomasen el delicto,

De la baruara gente, y que ninguno,

Fuesse con solo blanco de vengarse,

Pues era cosa cierta que llamaua,

Vengança, à la vengança, y muerte à muerte,

Por cuia causa à todos encargaua,

Que solo se estendiessen y alargasen,

A la enseñança y correccion deuida,

De suerte que el delicto y no otra cosa,

Quedase castigado, y la justicia,

De todos amparada y socorrida,

Mediante cuios medios esperaua,

En Dios nuestro Señor, muy buen sucesso,

Por cuias viuas llagas sangrentadas,

Assimismo pedia con el alma,

Que todos confessasen, pues la Iglesia,

En peligros tan graues y pesados,

Assi lo disponia, y lo mandaua,

Y que no permitiessen que ninguno,

Partiesse desta vida, y que dexase,

Afrenta y, sambenito tan infame,

Quanto penoso y triste para el pobre,

Que contra si tan gran maldad hiziesse,

Apenas lo vbo dicho quando todos,

Labaron como buenos sus conciencias,

Comulgando despues deuotamente,

Ecepto vn desdichado que no quiso,

Por mas que sus amigos le apretaron,

Y assi le dexo aqui que pues se oluida,

Dios que murio por el tema el cuidado,

Salimos pues marchando, y otro dia,

Mandò el Sargento luego me partiesse,

Con doze compañeros y aprestase,

En el pueblo de Zia bastinientos,

No mas que para solas dos semanas,

Sin que en esto otra cosa dispensase,

Porque mediante hambre pretendia,

Si no pudiessemos hazer subiesen

A lo mas alto del peñol soberuio,

A vuestros Españoles sin que vbiesse,

Para escapar la vida trabajosa,

Remedio ni esperança de otra cosa,

Hizelo pues ansi, y en tiempo breue,

Por vua boca estrecha fue assomando,

El campo Castellano, no dos millas,

De soberuio Peñol jamas vencido,

Nunca pilotos vieron viento en popa,

Despues de larga calma desabrida,

Mas alegre, contento, ni gustoso,

Que el que estos brauos baruaros tuuieron,

De vernos ya tan cerca de sus manos,

Y luego que nos vieron lebantaron,

Vna algazara y grita tan grimosa,

Que alli todo el infierno parecia,

Estaua con su fuerça rebramando,

Y assi marchando en orden nos llegamos,

Al poderoso fuerte, el qual constaua,

De dos grandes peñoles lebantados,

Mas de trecientos passos deuididos,

Los terribles assientos no domados,

Y estaua vn passaman del uno al otro,

De riscos tan soberuios que ygualauan,

Con las disformes cumbres nunca vistas,

Desde Cuios assientos fue contando,

Zutacapan la gente que venia,

En orden dando buelta à sus murallas

Y viendo ser tan pocos dixo Illego,

Con grande regozijo, no es possible,

Que dexen de ser locos todos estos,

Pues con tan cortas fuerças han venido,

A meterse en peligro tan notorio,

Aqui dixo Gicombo rezeloso,

Bien se que para cuerdos son muy pocos,

Y muchos para locos, y esto es cierto,

Que jamas vido el mundo tantos locos,

Iuntos, qual tu los hazes en un puesto,

Y pues las frentes todos enderezan,

A nuestras casas con tan poca gente,

Grande misterio tiene su venida,

Tras desto dixo luego Zutancalpo,

Bien os consta señores que estos vienen,

De muy remotas tierras, y que es fuerça,

Que en distancia tan larga ayan tenido,

Grandiosas ocasiones de disgustos,

Encuentros y batallas peligrosas,

Con cuios duros trances, pues que vienen,

Assi para nosotros yo no dudo,

Sino que dexan hechas grandes prueuas,

De sus soberuios braços poderosos,

Y atajando la platica furiosa,

Dixo Zutacapan que le dexasen,

Con solos sus amigos que el queria,

Sin su fabor y ayuda dar principio,

A gozar de aquel tiempo y coiuntura,

Que su buena fortuna le ofrecia,

Y assi salio bramando con su gente,

Qual jugando la maça y gruesso leño,

Qual la soberuia galga despedida,

Del lebantado risco, peñasco,

Que tiraua la piedra, qual la flecha,

Qual de pintados mantos se adornaua,

Y de diuersas pieles y pellicos,

Otros tambien alli se entretejian,

Entre cuias libreas se mostraua,

Vna grandiosa suma nunca vista,

De baruaras bizarras, muy hermosas,

Las partes bergonçosas enseñando,

A vuestros Castellanos, confiadas,

De la victoria cierta que esperauan,

Tambien entre varones y mugeres,

Andauan muchos baruaros desnudos,

Los torpes miembros todos descubiertos,

Tiznados, y embijados de vnas rayas,

Tan espantables, negras y grimosas,

Qual si demonios brauos del infierno,

Fueran con sus melenas desgreñados,

Y colas arrastrando, y vnos cuernos,

Desmesurados, gruessos y crecidos,

Con cuios trajes todos sin verguença,

Saltauan como corços por los riscos,

Diziendonos palabras bien infames,

Y a todas estas cosas el Sargento,

Qual aquel gran Dauid que las palabras,

Sufriò de Semei, assi sufriendo,

La baruara canalla, mandó luego,

Llamar al secretario Iuan Belarde,

Y a Tomas el interprete ladino,

En la baruara lengua, y Castellana,

Para que les dixessen se bajasen,

A dar razon y cuenta de las muertes,

Que dieron y causaron tan sin culpa,

A nuestros compañeros, y al momento,

Que fue por todos ellos entendido,

Con boz terrible y ronca dixo luego,

Zutacapan soberuio y arrogante,

Que tempestad, que viento, que pujança,

Os ha traido pobres à las manos,

Y matadero triste desgraciado,

Que es fuerça que sufrais, no aueis verguença,

De aueros allegado à nuestros muros,

Sino que pretendais pedirnos cuenta,

De las muertes de aquellos cuias vidas,

Tuuimos qual tenemos de presente,

Las vuestras miserables desdichadas,

En esto todos juntos lebantaron,

Las armas y las bozes en confusso,

Diziendo à que aguardamos, mueran, mueran,

Mueran aquestos perros atrebidos,

Y no quede ninguno que no sea,

Hecho menudos quartos y pedazos,

Por nuestras mismas manos y cuchillos,

Viendo pues el Sargento su dureza,

Y pertinacia braua que mostrauan,

Y que la luz del dia derribada,

Estaua al Occidente, mandó luego,

Assentar su Real en vn buen puesto,

Donde las postas todas repartidas,

Me es fuerça que le dexe por contaros,

Lo que esta misma noche fue passando,

El fuerte General allà en su assiento,

Donde dieron alarma con gran fuerça,

Los baruaros del pueblo temerosos,

De aquellos sus vezinos comarcanos,

Diziendo que venian con pujança,

A destruirlos todos y assolarlos,

Si ya no fue ruydo y trato alebe,

Que entre todos trataron y acordaron,

Mas como quiera que esto sucediesse,

El pueblo, no constaua ni tenia,

Mas que vna sola plaça bien quadrada,

Con quatro entradas solas, cuios puestos,

Despues de auerlos bien fortalecido,

Con tiros de campaña, y con mosquetes,

Mandó que el uno dellos le guardase,

El Capitan Moreno de la Rua,

Y Francisco Robledo, y Iuan de Salas,

Y aquel Esteuan noble hijo caro,

Del gran Carabajal à quien seguia,

Iuan Perez de Bustillo, y el Alferez,

Iuan Cortes con Antonio Sariñiana,

Y essotra esquina quiso defendiesse,

El Capitan y Alcaide Bocanegra,

Y su hijo Gutierrez y Medina,

Don Iuan Escarramal, Ortiz, y Heredia,

Francisco Hernandez, Sosa, y don Luis Gasco,

Y el otro puesto tuuo con buen orden,

El Capitan Marcelo de Espinosa,

Con Geronimo Marquez y Iuan Diaz,

Pedro Hernandez, y Francisco Marquez,

Hermanos todos quatro, y con ellos,

Bartolome Gonçalez, y Serrano,

Baltasar de Monçon, y los Barelas,

Y Iuan de Caso, y Pedro de los Reyes,

Y el vltimo mandò que se encargase,

Al Capitan Ruyz, y al buen Cadimo,

A Gonçalo Hernandez, y al Alferez,

Iuan de Leon, y Hernan Martin el moço,

Y el cuerpo de guardia, el Real Alferez,

El General, y gente de su casa,

Antonio, Conte, Vido, Alonso Nuñez,

Christoual de Flerrera, y Iuan de Herrera,

Brondate, Zezar, y Castillo, todos,

Muy bien apercebidos, y assi juntos,

Alborotados todos con la grita,

Y confusso tropel de aquella gente,

Alarma dando todos con gran priessa,

Requirieron los puestos, y notaron,

Que estauan ya los altos de las casas,

Tomados y ocupados, y assi luego,

El General a bozes mandò fuessen,

Algunos Capitanes, y mirasen,

Que gente fuesse aquella, y que distino,

En aquel puesto, puesto los auia,

Mas luego doña Eufemia valerosa,

Hizo seguro el campo con las damas,

Que en el Real auia, y fue diziendo,

Que si mandaua el General bajasen,

Que ellas defenderian todo el pueblo,

Mas que si no, que solas las dexasen,

Si assegurar querian todo aquello,

Que todas ocupauan y tenian,

Con esto el General con mucho gusto,

Dandose el parabien de auer gozado,

En embras vn valor de tanta estima,

Mandò que doña Eufemia se encarglase,

De toda aquella cumbre, y assi todas,

Qual à la gran Martelia obedecian,

Las brauas amazonas, assi juntas,

Largando por el ayre prestas valas,

Con gallardo dormire passeauan,

Los techos y terrados lebantados,

Al fin como mugeres, prendas caras,

De aquellos valerosos coraçones,

El Alferez Real, y Alonso Sanchez,

Zubia, y don Luys Gasco, y Diego Nuñez,

Pedro Sanchez, Monrroi, Sosa, Pereira,

Quesada, Iuan Moran, y Simon Perez,

Asencio de Archuleta, y Bocanegra,

Carabajal, Romero, Alonso Lucas,

Y San Martin, Cordero, y el Caudillo,

Francisco Sanchez, y Francisco Hernandez,

Monçon, y Alonso Gomez Montesinos,

Y Francisco Garcia con Bustillo,

Y la de aquel membrudo y, fuerte Griego,

Que como gran geniçaro valiente,

Alli muy bien mostrò su bratio esfuerço,

Y visto los contrarios el recato,

Auiso y preuencion que en todo auia,

Boluieron las espaldas sin mostrarse,

Y porque nos boluamos al Sargento,

Que cerca de la fuerça esta alojado,

Serà bien que paremos entretanto,

Que la obscura tiniebla pierde el manto.